martes, 1 de mayo de 2018

DÍA DEL TRABAJO Y LAS MUJERES



Hoy, 1º de mayo, Día del trabajo, con un profundo reconocimiento a esas luchas obreras que nos han traído beneficios impensables a quienes subsistimos gracias a un empleo, por pura casualidad llego al capítulo Familia-trabajo: un binomio problemático del libro Conversaciones con Violeta, de Florence Thomas, y leo allí que “Toda mujer tiene el legítimo derecho a trabajar y a obtener una remuneración justa por su trabajo”, continúo leyendo y las verdades allí develadas me generan cierta incomodidad, respiro y pienso un poco, y luego entiendo que la molestia me llega por tantas historias de mujeres que conozco, las cuales no ejercen o se las ha negado este derecho, o lo que es quizá peor, pagan un alto precio por ejercerlo.


En honor a ellas, algunas de las cuales quizá se molestarían conmigo por mi posición sobre sus historias, voy a contarlas, inaugurando así su voz callada, cercenada, invalidada:

Comienzo con un par de amigas entre ellas, casadas con hombres que trabajan en el campo, no, no son campesinos, son hombres de fincas podría decirse, uno dueño, el otro capataz. Y ellas, ellas son mujeres a las que les corresponden las tareas del hogar: asear la casa, lavar la ropa, hacer la comida, cuidar a los hijos. Podría pensarse que no hay nada de injusto en esto, pues es solo una distribución de roles, cada uno aporta: el uno lo económico y la otra, trabajo doméstico. Personalmente creo que este tipo de pactos son válidos, siempre y cuando sea por acuerdo y el trabajo de ambos sea valorado por igual. Pero no es el caso de estas dos amigas, ellas no trabajan fuera de casa, porque sus maridos “no las dejan”, vaya expresión que me hace doler el pecho. Si trabajar es un Derecho Humano, y alguien impide el ejercicio de este derecho, ¿Eso cómo se llama?, ¿No es algo como un delito?. Sumado a esto de que no las dejan trabajar, la labor que ellas desempeñan en casa, no es remunerada, no hay un pago explícito por lo que hacen en sus casas, por lo que dependen económicamente de manera exclusiva de sus maridos. Además de esto, a estas mujeres se les exige no engordar. Con mis propios oídos escuché al marido de una de ellas gritarle: “No comas tanto porque te vas a poner gorda, igual a tus hermanas y tu mamá”. Se lo gritó frente a muchas personas que estábamos en esa reunión. ¿Y ella que hizo? Bajó su cabeza y dejó de comer.


Ella es una profesional, especializada incluso, está casada con alguien también profesional y especializado, varios años mayor que ella, cuando ella estudiaba en la universidad, él ya trabajaba como profesional. Es un hombre trabajador, al que le va muy bien en lo que hace. Hace algún tiempo él “le permitió trabajar”, así lo dice triunfante, sintiendo que es un gran hombre por esto. Eso sí, ella puede trabajar siempre y cuando no tenga puestos importantes, me arriesgo a pensar que este hombre no soportaría que su mujer fuera más importante que él, pero lo que él aduce es que esto supondría para ella, descuidar la casa y los hijos. Así que ella acepta trabajos menores, teniendo en cuenta su cualificación profesional, para poder tener tiempo para atender las labores de la casa y las necesidades de los hijos, y del marido, por supuesto. Alguien podría decirme, “Pero ¿Por qué esto está mal? A los hijos hay que cuidarlos”, y puede tener razón, el punto es que la casa y los hijos son de los dos, los dos son seres humanos iguales, por lo que a los dos les asiste el derecho de trabajar y crecer profesionalmente, y el deber de cuidar de los hijos y la casa.


Esta otra "ella", es una mujer admirable, trabajadora incansable, con muchas ganas de superarse, es una mujer humilde, de un estrato socioeconómico bajo, casada con alguien también de este estrato. Ninguno de los dos es profesional, por lo que consiguen trabajos mal remunerados que no les permiten cubrir bien sus necesidades y las de sus hijos. Un día ella decide estudiar una carrera porque quiere ser profesional, y él la apoya, ¿Ah si?, ¿Cómo la apoya?: ¡Le permite hacerlo! Ese es su apoyo. Como debe trabajar fuera de casa, estudia las noches o fines de semana. Es decir, trabaja en el día, estudia en la noche y fines de semana, pero además de esto, le toca en el tiempo libre -que no tiene-: lavar, cocinar, planchar, arreglar a los hijos, llevarlos y traerlos, “porque esas son cosas de mujeres”. Y lo peor, alguna vez lo escuché yo misma decir: “Ella es muy perezosa” ¿Ahhhhh?


Y termino estos relatos atrevidos, pero que sirven para ilustrar por qué la lucha feminista está vigente y debe continuar, con la historia de un amigo profesional, de clase media alta, casado con una mujer también profesional, que antes de casarse ya ejercía su profesión, él dice: “Yo a ella, no le niego el derecho a trabajar fuera de casa, ella siempre lo ha hecho, pero eso sí, ella en esta casa no pone un peso, que lo que se gane se lo gaste en ella porque yo soy el hombre y yo mantengo mi casa, ella aquí no va a mandar”. Esta historia no tendría tanto tinte sino fuera por esa última frase sobre el poder que le daría a ella aportar económicamente en la casa que vive, ¿Por qué no compartir ese poder?, ¿Por qué no ser iguales?, ¿Qué implica que ella no mande en su casa?


Son historias que duelen, y hay muchas más. Sé que muchos podrán decir, incluso los protagonistas de ellas, que estas mujeres así lo han decidido y así son felices, pero a mí, que las y los he visto, no me convence, y me arriesgo a decir que es la fuerza de la costumbre la que les da la idea de satisfacción, algunas no han contemplado que las dinámicas pueden ser diferentes, otras temen que la desestabilización les traiga dificultades para ellas y sus hijos, dificultades que prefieren no tener.


Yo por mi parte, coincido con la idea de que ser iguales en cuanto a derechos, pero también responsabilidades, nos beneficia a todos. Como dice Florence Thomas, “Todo lo que es bueno para las mujeres es bueno para los hombres y es bueno para la humanidad entera”.