REVELACIÓN
Advertiste en su mirada una prisa fugitiva,
y sumaste tus fuerzas a los planes de la cautiva;
tu canto valiente deshizo el sable salvaje
con el que Hefesto parodiado pretendió mutilar su conciencia.
Pusiste versos de miel en su alma flagelada,
y le diste tu mano para emprender el éxodo.
La inclemencia del sol resquebrajó sus carnes,
la tempestad derrumbó el umbral que los guareció;
caminaron descalzos por desiertos pedregosos;
cuando exhausta quiso rendirse, la apretaste más fuerte junto a ti.
Fuiste su escudo cuando los jueces del camino le arrojaron piedras,
y fuiste también receptor de ráfagas de ponzoña y desprecio.
Desprendiste la gran roca que sellaba la cueva
en donde finalmente se sintió a salvo.
Cuando la calma llegó a su refugio,
un miedo avasallante penetró en tus huesos,
el terror de haber salvado a una pecadora heló tu sangre,
las voces de tus ancestros te atormentaron.
Mientras ella confiada cerró sus ojos a una vida en el exilio,
no tuviste más remedio que levantar la gran roca contra su espalda.
Y allí yace la desgraciada que bajo la lápida encontró su destino.
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