Escribí esto en 2012 o 2013, creo. Fue publicado en este sitio https://www.mineducacion.gov.co/1621/w3-article-325218.html. Y hoy decido ponerlo en mi Blog para celebrar que son 10 años ya haciendo una labor que me llena de satisfacción, orgullo y felicidad.
Una historia que cuenta que la educación sí es el camino para la prosperidad.
Johana Cifuentes Álvarez
Aún puedo recordar esos días en que mi mamá nos llevaba al rio
Guatapurí: nosotros los hijos vamos delante caminando muy despacio, distraídos
con la multitud, disfrutando el bullicio de los niños, la alegría de las
familias y la música de acordeón de fondo. Mi mamá camina atrás con su amiga,
habla sin parar y a veces llora.
Debo confesar que aunque notaba la tristeza de mi mamá, para mí esos días eran los mejores y no podía entender por qué nuestros domingos no se parecían más a esos que venían siempre después de las peleas que mi mamá tenía con mi papá.
Fue entonces,
cuando estando en 5º de primaria, la 'seño' Elia nos dijo a las niñas del
salón: "niñas, estudien, propónganse ser profesionales, para que puedan
trabajar y no depender de nadie para su manutención y la de sus hijos, porque
muchas mujeres aguantan los golpes de sus maridos, por miedo a que éstos se
vayan y sus hijos queden sin el pan de cada día". Ese día entendí por qué
mi mamá regresaba a casa y aguantaba esa vida que tenía, ella apenas hizo 3º de
primaria y no sabía hacer otra cosa que los oficios de ama de casa y ayudar a
mi papá en sus negocios. Las palabras de la seño Elia se convirtieron en mi
lema y desde ese día decidí que estudiaría para que mi familia y yo tuviéramos
una mejor vida.
Luego, me
inspiró la actitud de mi mamá, cuando finalmente, estando yo en 7º, mi papá nos
abandonó y a ella le tocó trabajar duro por nosotros. Lo que ella ganaba no
alcanzaba para mucho, pero no dejamos de ir ni un solo día al colegio. Que sus
hijos estudiaran fue siempre la prioridad de mi mamá. No le importaba ir y
venir caminando a su trabajo, con tal de que yo tuviera los pasajes para ir al
colegio. No le importaba que sus vestidos fueran viejos, con tal de que sus
hijos tuvieran el uniforme, muy limpio y planchado, además. Mi mamá estaba
profundamente convencida -y aún lo está- de que la educación es lo más
importante para un ser humano, de que estudiando se puede tener una mejor vida o, mejor, como lo dice el slogan, de que "la educación es el camino para la
prosperidad", y con sus palabras y acciones siempre nos lo hizo saber.
Mis años de la secundaria fueron muy duros, estudié sin libros y casi hasta sin cuadernos. Mis hermanos compartían un único par de zapatos para ir al colegio. Mi hermana iba en la mañana y al medio día, mi hermano, que estudiaba en la tarde, pasaba por su colegio en chancletas y allí intercambiaban el calzado. Recuerdo que muchos años después le conté a mi hermano que había visto una película muy hermosa llamada Los niños del cielo, y casi llorando le conté lo que esos hermanitos hacían. Él, algo sorprendido, me recordó ese episodio de su vida, que yo ya había olvidado.
En el
bachillerato me esforcé por mantener el primer lugar de la clase para que me
exoneraran del pago de la pensión, y así siempre fue. Lo hacía no solo por
ahorrarle ese dinero a mi mamá, sino además porque seguía con la firme
intención de estudiar para "sacar adelante a mi familia". Recuerdo
que por haber ocupado el primer puesto del colegio en las pruebas ICFES, y por
ser la mejor bachiller, mis profesores reunieron cierto dinero y me lo
regalaron. Esa suma me alcanzó para comprar ropa nueva y a la moda, y para
convencerme aún más, de que estudiar valía la pena.
Ingresar a la
universidad tampoco fue fácil por nuestra economía familiar, pero lo que más me
llamó la atención fue que cuando llevé mis papeles para inscribirme a la Licenciatura en Lenguas Modernas, el funcionario que me recibió los documentos
me exhortó a aplicar a un programa diferente a una licenciatura, tal vez a una
ingeniería, o derecho, pues él no entendía por qué "con ese puntaje
ICFES" yo quería ser profesora.
Y pues, yo
insistí en estudiar la licenciatura en lenguas, porque gracias a mi seño Elia,
aquella profesora de mi primaria, descubrí el amor por el lenguaje. Esta
maestra inculcó en mí el interés por la lectura. Ella nos llevaba libros y
hacía rincones literarios, con ella montábamos obras para los estudiantes más
pequeños del colegio, también nos llevó una vez a pasear por la ciudad en una biblioteca
rodante y nos presentó el mundo de la biblioteca pública. ¡Ah, qué profe esta!
Tal vez quise ser un poco como esta valiosa maestra que además de las lecciones
escolares me enseñó lecciones para la vida, especialmente como mujer.
Cuando estaba
en 5º semestre del pregrado en lenguas comencé a trabajar como docente y desde
entonces no he dejado nunca de hacerlo, mi vida está definida por mi ser
docente, es lo que soy. Me gusta más la palabra educadora, pero para llegar a
ella se necesita recorrer cierto camino, como lo diría Héctor Abad padre
"El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta.
Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros
hombres". Y yo a veces pienso que me falta mucho de las tres para llamarme
educadora.
A los pocos
años de graduarme como licenciada en lengua castellana e inglés iba a casarme,
pero en unos de esos arranques de mamá gallina que tiene mi mamá me increpó:
"¿Entonces te vas a casar? ¿Piensas que por ser profesional ya no queda
nada por estudiar? ¿No habías dicho que querías estudiar una maestría?"
Y entonces, la
consigna familiar de "primero el estudio" siguió imperando en mi
vida y fue cuando me fui de Valledupar a Manizales, sin conocer una sola
persona allí, a estudiar una Maestría en didáctica del inglés, y luego a
trabajar a Medellín, viajando desde allá hasta Manizales cada fin de semana
para terminar el programa. Siempre digo que en ese tiempo, yo hice no solo una
maestría en didáctica, sino también una maestría en la vida. Estudiar fuera de
la casa, vivir en una ciudad distinta a Valledupar cambió mi vida, fortaleció
mi perspectiva como ser humano, como mujer y como profesional.
Cuando después
de terminar el postgrado regresé a Valledupar, muchas personas criticaban tal
decisión "¿Qué vienes a hacer a este pueblo? ¡Aquí te vas a quemar!" Pero yo tenía -y aún tengo- la firme convicción de que si todos los
profesionales de un pueblo deciden no regresar y hacer vida fuera de éste,
¿cuándo el pueblo va a cambiar? ¿No tenemos acaso un compromiso moral con la
tierra que nos vio nacer o crecer?
Yo lo tengo y
por eso, me honra poder servir a mi pueblo a través de mi trabajo como
formadora del Programa Todos a Aprender, al que llegué precisamente gracias a
mi historia. Creo que es de los aspectos que más me enamoraron de este
programa, que llegamos a él por nuestros méritos, no necesitamos ni
recomendaciones políticas, ni "palancas". Llegar a trabajar con el
Ministerio de Educación gracias únicamente a mi hoja de vida y a mis aptitudes,
me reafirmó una vez más, y le reafirmó a mi mamá y a mi familia, que estudiar
vale la pena.
Hay muchas
cosas que me llenan de satisfacción con este rol que desempeño; entre ellas
está, precisamente, la posibilidad de comunicar a mis coterráneos vallenatos
esta gran realidad: la educación es el camino para una vida mejor, una sociedad
mejor, un país mejor. Creer en la educación y luchar por la calidad debería ser
la consigna de todas las colombianas y colombianos, y yo no pierdo oportunidad
para decirlo, a los tutores, a los docentes, a los rectores, a los padres de
familia, a los estudiantes.
Hace algunos días, la ministra de educación, María Fernanda Campo, afirmó que "El gran reto de Colombia es volver la educación el tema más importante de la agenda pública" y yo, muy de acuerdo con esta afirmación, agregaría que la educación debe ser el tema más importante de la agenda familiar. Lo más importante para las familias, y lo digo por experiencia, debe ser la educación de los hijos.
Quisiera terminar diciendo que, tal como me lo propuse, mi vida es diferente y
mi familia vive mejor. No somos adinerados -en absoluto- pero esas historias de
infinitas necesidades y pesares hacen parte ahora solo de las reflexiones que
compartimos con estudiantes, sobrinos e hijos acerca de la importancia de la
educación. Y también, quisiera decir que de los momentos más significativos de
mi vida, está el del día en que llegué como formadora a ese colegio de mi
primaria, que está focalizado y me encontré a mi seño Elia, tan sabia y llena
de vida como la recordaba.
Excelente hidtoria de vida, ejemplo para muchas y muchos.
ResponderEliminarHermosa historia seño, su vida.
ResponderEliminarExcelente..
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